61

Durante los años treinta, el mundo del jazz norteamericano estuvo inundado de dos elementos mágicos y etéreos. Por un lado, los maravillosos sonidos que escapaban de la trompeta del genial Louis Daniel Armstrong (1901-1970), el primer músico en tocar ese instrumento y a la vez ser considerado un espectáculo,un ‘showman’, un ícono. No era para menos, su personalidad y carisma contribuyó a que el Jazz, música considerada hasta entonces “regional” (por no decir étnica, un eufemismo para no decir que era música de negros) a un fenómeno de masas.

Por otro lado, en estos bares a media luz donde viajaban las notas alegres de trompetas, tambores, saxofones, pianos, trombones y clarinetes, eran acompañadas por el humo de los “reefers”, nombre común para denominar lo que hoy llamamos un “porro” o un “bareto”. Simplemente, el jazz y la marihuana eran inseparables, y Satchmo lo sabía muy bien. Las canciones compuestas en estos años evidencian la unión y simpatía de los músicos y cantantes de jazz con el cannabis, sus títulos hablan por sí mismos: “Chant of the Weed”, “Smokin’ Reefers” o “Reefer Man”.

Satchmo tuvo, como muchos otros “potfriends”, problemas con la ley. En 1931 fue arrestado y sentenciado por posesión de cannabis, pero él mismo recuerda que las penas eran menores esos días. El mismo Armstrong recuerda esos días de música y reefers:

“Nos decíamos a nosotros mismos los “vipers”, que no éramos sino cualquiera que fumaba y respetaba la ‘gage’.

Ese era el nombre que de cariño usaba Armstrong para la marihuana, que era un delito menor en esos días. Muy diferente de la actual presión y cargos que impone la ley a un tipo que fuma ganja. “Nosotros siempre vimos a la marihuana como una especie de medicina, una embriaguez barata y con mejores ideas que las que están llenas de licor. Por las penalidades que vinieron luego, por una de ellas tuve que dejarla, pero el respeto a ella permaneció conmigo por siempre. Tengo muchas razones para decir esas palabras y estoy orgulloso de decirlas. Viene de la experiencia.”